Amante del jaripeo

Por Arturo de Dios Palma

Jorge Aníbal Cruz Mendoza trabajó todo un año con la finalidad de ahorrar dinero para poder sostener sus estudios: logró juntar 20 mil pesos. Trabajó de mesero en un restaurante de comida argentina en la ciudad de México, poniendo y quitando platos a los comensales.

Ese año lo decidió trabajar porque no soportó las semanas de prueba en Ayotzinapa. No aguantó comer y dormir poco y trabajar mucho. Pero durante ese tiempo se lamentó no haber resistido.

A la vuelta del año, Jorge Aníbal intentó buscar un espacio nuevamente en la normal. Esta vez fue posible, tal vez porque tenía motivaciones extras. Sus primos, los hermanos, Doriam y Jorge Luis González Parral también ingresaron junto con cinco vecinos más de Xalpatláhuac, un poblado de la Costa chica de Guerrero.

Antes, Jorge Aníbal vivió 17 años en su pueblo, Xalpatláhuac. Durante ese tiempo, casi todos los días se bañó en La Cocamoca, una poza que se forma en el río que cruza el poblado y que por las fallas constantes en el sistema de agua potable, se ha convertido en punto recurrente de los niños y jóvenes para echar un chapuzón.

Pero también descubrió un gusto peligroso y prohibido: montar toros en los jaripeos que, tradicionalmente, se organizan en su pueblo y en los cercanos para celebrar, en la mayoría de los casos, a las imágenes religiosas que han convertido en su santo patrono.

Jorge Aníbal desafiaba, pese a la advertencia de su madre y su abuela, la furia de las bestias. Pero siempre en sigilo, tanto que ninguno de sus familiares puede dar testimonio de qué tan hábil es encima del toro.

Sólo lo sabe uno: su tío Edelberto, un joven un año mayor que Jorge Aníbal. Su tío, que más bien es su amigo, es su cómplice en jaripeo y en fútbol. Juntos se coronaron campeones en un torneo que se organizó en un poblado cercano.

En lo que sí pueden dar testimonio, es en lo buen corredor de caballo en el que convirtió. Todos los 24 de junio, el día de San Juan Bautista, el santo patrono de Xalpatláhuac, corría con su caballo blanco. Meses antes lo preparaba: le inyectaba vitaminas y lo alimentaba bien. Siempre quería ganar. Ahora el caballo cabalga sólo, pero don Floriberto Cruz, su abuelo, no lo deja sin comer porque quiere que esté listo para cuando regrese el normalista.

Posdata: Los 20 mil pesos no los pudo gastar completamente, le faltó tiempo: en Ayotzinapa sólo estuvo 35 días estudiando.

Texto perteneciente a la campaña Marchando con letras

Ilustración de Axel Rangel García.

Tomada del portal #IlustradoresConAyotzinapa