El INE no lo sabía

Por Carlos Acuña

1.- Adán Abraján de la Cruz nació en Tixtla —un 2 de enero de 1990— y pocas veces se movió de allí. Alguna vez fue a Toluca a trabajar como peón en una construcción. Llegó a nadar un par de ocasiones en las playas de Acapulco, donde una tía suya tenía una casa. Nada más. De los 43 normalistas desaparecidos, 15 nacieron en Tixtla. Adán era uno de ellos, aunque algunos nunca se enteraron.

2. El pasado siete de junio no hubo elecciones en Tixtla. Más de la mitad de las casillas fueron saqueadas ante el llamado a boicotear los comicios, en protesta por la desaparición de los estudiantes, el 26 de septiembre pasado. Esa misma tarde, inconformes con el sabotaje, medio centenar de personas tomaron por la fuerza el auditorio municipal, hasta entonces ocupado por los normalistas. Medio centenar de personas que, dijeron, venían a defender su derecho “a votar y ser votados”. Medio centenar de personas que, gritaron, estaban hartos. Hartos no de la injusticia, sino de que los estudiantes tuvieran a Tixtla de cabeza; hartos no de las masacres, sino de las marchas, de las pintas en las paredes, de las carreteras bloqueadas; hartos de ver a periodistas extranjeros por las calles y a activistas chilangos comiendo en el mercado; hartos de tanta gente extraña. Al final de cuentas, así dijeron, los normalistas ni siquiera eran nativos de Tixtla: los estudiantes vienen siempre de lejos, de otras comunidades, de otros pueblos, de otros estados. Y ellos qué derecho tienen de venir a imponer sus reglas. Tixtla es para los tixtleños, rezaban sus pancartas. Tixtla es para los tixtleños, repitieron mil veces.

3. El pasado siete de junio, los habitantes de El Fortín, la colonia donde vive la familia de Adán, quemaron, por común acuerdo y en mitad de la calle, todas las boletas electorales de ese distrito.

Meses antes, el 23 de marzo, alguien llamó a la puerta de la casa de Adán. La misma casa donde todavía duermen sus padres, Bernabé Abraham y Delfina de la Cruz; la misma donde aún viven sus hermanas, con sus respectivas parejas; donde aún come su esposa y juegan sus dos hijos. Era mediodía, y alguien llamó a la puerta de esa casa. Apenas se asomó a la calle, Delfina se encontró a un par de funcionarios del Instituto Nacional Electoral. Venían a avisarle que su hijo había sido seleccionado para ser funcionario de casilla en las próximas elecciones. Adán estaba a punto de cumplir seis meses de desaparecido, pero el INE tampoco se había enterado.

Texto perteneciente a la campaña Marchando con letras

Ilustración de Claudia Navarro.

Tomada del portal #IlustradoresConAyotzinapa